sábado, 8 de junio de 2013

LA EQUIVOCADA TENTACIÓN Y ATRACTIVO POR EL PODER, EN ARGENTINA.

TRABA EN EL FUTURO DEL PAÍS.
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Nuestra Argentina es uno de los pocos países del Mundo cuya principal característica es el vivir en la incertidumbre. Este mal no se origina ni en sus tierras o su gente, sino por un permanente e inusitado cambio de rumbos ideológicos que nublan los presentes y enturbian los mañanas. Una Nación, que se origina como federal, pero los partidos nacionales y los gobiernos de facto han convertido con el centralismo en una rara especie unitaria.   La sociedad argentina vive una constante desestabilizacion material y animica, que es la lucha  (democrática ??) de los dirigentes por llegar al poder gubernamental. En otros países, el tema de los gobiernos, es una cuestión circunstancial, que coincide solo con los tiempos electorales.
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En Argentina, llegar al poder, como tema ideológico, ocupa espacios crecientes que, con su potencial y efecto, anulan, distraen o minimizan, otros, que, quizás, son tanto o mas importantes. Nunca sabremos, si este explosivo protagonismo, es una manera de distraer o, simplemente, una consecuencia de la falta de educación cívica de nuestra sociedad.   Llegar a ser gobierno, con el mecanismo de posesión que se aplica, evidentemente, es alcanzar un poder exclusivo, con una atracción tal, que se convierte para los dirigentes, en  tentación que va mas allá de la convencional política. Esta lucha, en nuestro país, tiene similitud con la que se libra en otros países, como Venezuela y Ecuador, debido a que la real puja ideológica, lleva a una permanente confrontación.
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En nuestro tiempo y, en particular en los países de Latinoamerica, avanzan las ideas del “Socialismos Siglo XXI”. Su finalidad es alcanzar una posesión “hegemónica”, individual o grupal, que, al oradar la libertad, diluye las democracias. Es un  proceso de formación de poder, con algunas características del fundamentalismo y la mascara  hábil democrática, que le da fachada, a una realidad objetiva populista. El pobre y el marginado son las banderas, pero su exclusión no es tratada con efectividad, lo que motiva frustraciones y rebeldía que puede llegar a ser violenta.   El poder es sinónimo de fuerza, capacidad, energía o dominio y puede referirse a una generalidad de actos o acciones. El mismo, significa imponerse ante terceros o escenarios. El poder difiere de la autoridad, ya que ella es delegación, en cambio aquel se debe ganar, lograr o alcanzar. Ello implica siempre voluntad, esfuerzo y sacrificio, cuando no, inteligente aprovechamiento de la  oportunidad o mera suerte circunstancial. El poder siempre, al imponerse, significa, de alguna manera, perdida parcial o total de libertad o derechos de los que quedan por aquel dominados.   El problema del poder ideológico, cuando el mismo proviene del fundamentalismo, es que, generalmente, esta acompañado por la corrupción (1) y la impunidad. Sin embargo, es de reconocer que la búsqueda del poder es algo natural, por lo que se debe ser muy cuidados en su estudio y valorización. La vida de los seres es un permanente juego de acciones tras el poder. El enfoque moderno indica que no ir hacia el poder, significa una forma de autolimitacion o, de alguna manera, una forma de perder dominio. Crecer para poder, es, dentro de la lógica, un objetivo general, expuesto como deseo, ilusión o, meramente, ambición, para ser algo o alguien, por si o por sus actos y hechos.
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Se puede encontrar en estos impulsos, una razón lógica, surgida por los entornos, originada en su propia evolución o por orígenes fuera del mismo proceso, que se activan autonomamente. El poder, en ocasiones, se  posesiona oculto tras la costumbre, como modalidad social, pero es la forma de eliminar avances. La rutina, detiene iniciativas o retiene  actos y gestos, bajo argumentos variados, que oscilan entre el temor al riesgo y la efectividad de la prudencia.
En nuestro tiempo, el dinero es importante, pero no definitorio, es un estimulo y una facilidad, pero nunca es una  meta (2), salvo en aquellos que tienen una mentalidad antisocial (usurero). El poder es peligroso, cuando es  otorgado o logrado sombriamente y, consecuentemente, ejercido, fuera de lo que es moral y ético.
Se puede convertir en dominio total (dictadura), que va mas allá de lo material, actuando en lo anímico y espiritual. Aquel que llega al poder, debe saber como utilizarlo y aplicarlo. Su ejercicio demanda capacidad, por lo que debe ser aprendido. El realmente poderoso, no tan solo porque el lo sabe, sino que lo reconocen los demás, no teme a la humillación o a los fracasos, porque sabe enmendar, corregir o adecuarlos, de manera de revertir sus efectos, para que sean positivos o exitosos. (No hay mal que por bien no venga).
La historia recoge en sus paginas diversas formas de alcanzar el poder y, también, las maneras por las que se pierde.(3). En las naciones, los investigadores, muestran que es muy difícil los cambios en el poder, cuando el mismo logra perpetuarse. El miedo, el interés o, hasta, la ignorancia, son la esencia del continuismo. Cuando el poder cae, el origen, normalmente, proviene de terceros no sometidos o vinculados a el, pero si interesados por las mas diversas razones.
No es fácil entender porque el cambio llega de afuera de la sociedad sometida, pero, existen claros ejemplos como una especie de rebelión que, para ser efectiva, tiene necesariamente encontrar apoyó y fortalece fuera. La independencia de las naciones colonias de España, es un ejemplo histórico conocido, ya que los patriotas, pese sus esperanzas, no lograron concretarlas, hasta que Napoleón desplazo a la monarquía de los Borbones.   Cuando el poder se vuelve excesivo, desborda sus alcances y pone en juego los riesgos de la sana convivencia. Esto es común en cualquier clase o tipo de exceso. Excederse en la bebida lleva a la ebriedad, como hacerlo en la comida, es engordar.
En el poder también se puede producir exceso y ello se denota en la negación de la fama y prestigio del poderoso o, en algunos casos, la desobediencia. Ante la negación, como reacción común, el poderosos se enceguece, se encierra en si mismo y pierde contacto con la realidad. Esta soledad crea angustia en los poderosos, despierta odios hacia inocentes e incita a la venganza o la revancha.
Confundido, ante la cuestión, en ocasiones, el poderoso trata de mostrarse humilde, reclamando el cariño y el aplauso, como una suerte búsqueda de apoyo y fortalecimiento. Generalmente, ignora las realidades o construye en su imaginación,lo que se desea o aspira, pero, al ser endeble y falso, se desmorona cruelmente, causándole cruel dolor. En ocasiones, surge  hostilidad reprimida, originada en un pasado que se quiere olvidar, pero que renace, por sentirse que se ha vuelto al ayer.   Es de destacar al poderoso que actúa cuerdamente, mostrándose lógico y racional, cuando su poder se licua o desaparece como así también el tema o los problemas lo superan en fuerzas y conocimiento. El caso actual mas sonado es, sin dudas, el del Papa  Benedicto XVI que, con su renuncia, dio una nueva luz a la Iglesia y un ejemplo de dignidad que lo ha convertido en modelo. Aquel poderoso, que sabe y siente que ha dejado de serlo, por las mas variadas situaciones, al negar la realidad, se convierte en una maléfica figura.   En materia gobierno, este problema es tanto mas grave, en cuanto se concentra en una persona o un grupo reducido que, de esta manera, se arroga en su voluntad lo que suponen es la de la totalidad de la sociedad.
Cada país, como organizacion, determina en sus leyes, en particular la Constitución, el juego de responsabilidades, cuyo modelo común es la república con sus tres poderes. Cuando se estudia nuestro caso, con el largo, difícil y, algunas veces, cruel proceso de organizacion nacional, se concluye en la sapiencia de aquellos que acordaron nuestra forma de gobierno.
El poder, en Argentina, esta en sus gentes, se ejerce por medio de los representantes que, a su vez, provienen de cada comunidad (provincia) y se concreta por la república que, con sus tres poderes independientes, lograr el equilibrio entre la acción y la justicia.   Cuando una sociedad esta en riesgo (caso guerra o cataclismo), la tentación y atractivo se convierte en obligación, lo que conduce a asumir en plenitud el mayor poder posible.
Este poder, ante la emergencia, básicamente, busca evitar las pujas grupales o disminuir los intereses individuales, en la medida que ello afecta a los fines del conjunto. Su vigencia plena tiene que cesar, cuando se supera la emergencia, ya que, de continuar, se trata de un abuso que, bajo determinadas circunstancias, puede ser calificado como un delito.   Ante el fracaso, por un poder al que se llega por tentación o atractivo, aparece la sensacion de culpa. El poderoso, que se dejo llevar por sus aspiraciones, pero que no conocía sus dudas, y que es superado en sus posibilidades, genera, si es digno y honesto, siente la presión que se origina en la culpa.
La culpa obra como un ariete en la conciencia, destruye el juicio y, en ocasiones, lleva a la acción irracional. Es lo mismo que le pasa a un animal herido, cuya vida peligra, que pierde su natural acción de preservacion y queda arrastrado por el momento.
Tanto para el humano, como cualquier otro ser vivo, el derrumbe ya no es solo una amenaza, sino un hecho cruel y lastimante, al que  reacciona fuera de cualquier control. Por ello, el poder, cuando no se convierte en servicio, se acumula hasta alcanzar excesos, y, cae, es como una fisura en un dique, se torna peligroso, no tan solo por la conservacion de lo logrado, sino también, por la idea de que deberá responder a su mal ejercicio.   En todo grupo social, en especial las comunidades, el poder aparece como una consecuencia del obrar. Requiere, en su ejercicio, capacidad y calidad, mostrada en efectividad y eficiencia.
Cuando se pierde o disminuye en su calidad, tiende a generar, como una especie de “anticuerpo”, el reemplazo, para lograr, con esta variable. subsistir, evolucionar y consolidarse. Saber que la evolución es fruto natural de los avances, es entender que el poder encabezara los cambios, rotando entre aquellos que lo ejercen, conforme las circunstancias.(5)        Sin dudas, los actuales problemas y las evidentes diferencias, son un llamado de atención para el futuro. Llegar al poder para servir es un ideal razonable y sano, hacerlo para lucrar, es un pecado grave imperdonable.
En el Siglo XIX, nuestros abuelos, encontraron la formula de como gobernar y nosotros, en el Siglo XX, hicimos todo para destruirla. El poder bien ejercido es nobleza, heroísmo, patriotismo e inteligencia racional, acción y legado generacional que la Nación nos lo requiere y nuestro futuro lo demanda.
Tcnl. José Javier de la Cuesta Avila (LMGSM 1 y CMN 73).   Notas: (1)  Lord Aston dice: “El poder tiende a la corrupción y el poder absoluto corrompe absolutamente”. (2) Esta aseveración, sin embargo, tiene sus excepciones, en aquellos individuos con mentalidad materialista posesiva, como es el caso clásico del “usurero”, pero, ello es una desviación  psíquica que no se puede o debe generalizar. (3) Los regímenes nazí y fachistas son, posiblemente, el ejemplo mas acabado de uso excesivo del poder, pero, ello se repite, con diferente exposición, en relación al comunismo o ciertas monarquías que están superadas por el progreso cultural de los pueblos. (4) En las bandadas de pajaros, que se desplazan en conjuntos, se observa con claridad como se reemplaza sucesivamente el que la encabeza como un medio lógico de su vuelo.



LA POLITICA CARECE DE PRESTIGIO.
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Las evidencias son demasiado abrumadoras. No cabe enojarse con quienes piensan de ese modo, como algunos intentan. Si la actividad política no goza de credibilidad es por mérito propio y no por un complot cívico. La tarea es, en todo caso, resolver las causas reales y no enfadarse con las consecuencias.
Las enfermedades se curan cuando se resuelven las cuestiones que la originaron y no cuando solo se atienden sus síntomas. Buena parte del enojo de la sociedad civil con la política, transita por aspectos como la corrupción, la falta de transparencia, la voracidad de poder y la escasa idoneidad de sus actores, para solucionar problemas.
Es, probablemente, cierto que la política sea una de las mejores herramientas, o tal vez solo la más institucional, para encauzar energías que propicien cambios positivos en la forma de vida de las comunidades, para garantizar la vigencia de la libertad y el progreso que ello conlleva.
Pero hasta que no consiga vencer su mala fama, su descrédito, poco se podrá hacer al respecto. Su depuración entonces resulta imprescindible. La purga consiste en descartar a los corruptos, a los indignos, a los ladrones. Es por eso indispensable que las sociedades modernas, recuperen sus instituciones, tengan el coraje cívico de instalar una agenda que incluya a la honestidad como valor y abandonen el letargo de la cándida resignación.
Es patológico convivir con personajes que se apoderan de las arcas públicas como si fueran propias, que dilapidan los recursos de la gente, que obligan a pagar impuestos altísimos a individuos que se esfuerzan, para luego quedarse sin reparos, con el fruto de su trabajo derrochando esos dineros en dádivas, favores y fraudulentos negocios que los enriquecen.
Con esa casta de depravados de la partidocracia, que son demasiados por cierto, y no precisamente la excepción a la regla, es imposible recrear la política, ni hacer de ella un instrumento realmente útil para la sociedad. Resulta vital encarcelar a los delincuentes de escritorio.
Si estos sujetos no están entre rejas, el sistema no puede generar los anticuerpos necesarios para evitar que la historia se repita. No hacerlo no solo es inmoral, sino que estimula a esta plaga de corruptos, los invita a repetirlo hasta el cansancio y los multiplica al infinito, para que sigan asfixiando a los honestos.
La perversidad de esta lacra, no se agota en robar el dinero de todos, sino también en manipular las mentes de gente de bien, en usarlos para hacerles creer que son personas honradas, que solo han prosperado por sus habilidades y talentos para administrar correctamente su patrimonio. Para rescatar la política es esencial lograr un “gran juicio”, un espacio republicano, en el que las instituciones funcionen como corresponde, donde los funcionarios del poder judicial y especialmente los jueces, recuperen el coraje de hacer lo que deben y entiendan su rol heroico en este tiempo.
Con políticos indecentes recorriendo tribunales, dando cuentas de sus andanzas y con ciudadanos asegurándose que el sistema funcione como fue previsto por quienes lo crearon para garantizar derechos a los ciudadanos y no impunidad a los corruptos, la historia cambiará. Antes no.
La sociedad necesita volver a creer, pero es la misma voluntad individual de los ciudadanos, la que debe generar esta epopeya. No se producirá en forma espontanea o por casualidad. No será la misma corporación política, ni oficialistas, ni opositores, quienes impulsarán esta secuencia de hazañas. Las pruebas están a la vista. No se presentan a juzgar a sus pares. No son ellos lo que se ocuparán de destruir las bases estructurales de la corrupción.
De hecho han votados leyes, unos y otros, que concentran poder y recursos en pocas manos quitando institucionalidad a la república. Es la sociedad la que debe llevar adelante esta proeza, y hacerles sentir a los políticos que descarriaron, que todos serán juzgados, que estarán en el banquillo, y que allí no los salvaran ni sus pares, ni sus aliados, ni siquiera aquellos a los que enriquecieron o favorecieron en su estrategia clientelar.
No resulta preciso que se trate de una masiva cantidad de individuos los que tomen la iniciativa de esta gesta, pero sí, de un incorruptible grupo de ciudadanos, comprometidos, decididos, determinados, con el coraje suficiente y sabiendo que en su intento está el futuro de varias generaciones, inclusive de los que cacarean en privado y dicen estar en la vereda de enfrente, cuando en realidad se han aprovechado de las debilidades del sistema y lucraron con sus socios corruptos.
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Los políticos contemporáneos deben saber que sus fechorías no son interminables, y que su ambición de poder, de progreso con recursos ajenos, tiene límite. La confiscación a los que trabajan, el saqueo a los ciudadanos debe terminar. Y son los mismos votantes, los que dirán basta. Mucho de los políticos de este tiempo han usurpado dinero, pero también intentan robarse los sueños. Depende de los ciudadanos y no de la política clásica, que eso no suceda.
No existe otro final posible, si se quiere cambiar la historia, que juzgar a los corruptos y reconstruir la república, con la gente de bien, con los honestos, con los que solo quieren producir, trabajar en libertad y que les permitan disfrutar del fruto de su esfuerzo.

Estos forajidos han abusado de su suerte, han tirado de la cuerda más de lo tolerable, su gula de poder y ambición económica les ha jugado una mala pasada. Los ciudadanos deben poner límite a tanto atropello, y tal vez, ya sea el tiempo de juzgarlos.










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